Guadalupe tiene cáncer de mama con metástasis ósea, es practicante de Yoga Oncológico desde hace tres años y esta es su experiencia, narrada por ella misma:
Llegué al yoga oncológico al final de la primavera de 2018. Hacía pocos meses que había terminado mi tratamiento de quimio y radio y que me habían retirado el corsé y el collarín. Todavía estaba (y me sentía) frágil. Recién había acabado la rehabilitación, que me había ayudado a empezar a fortalecer el tronco y a recuperar un poco de flexibilidad en mi espalda. Ya podía caminar de forma autónoma por la calle y, con algunas dificultades, me podía sentar en el suelo y levantarme sin ayuda.
Con esta condición física, conocí a Adriana. En un grupo pequeño, con otras mujeres (ocasionalmente, algún hombre) con el cáncer como principal característica en común, empecé a “retar” a mi cuerpo con los ejercicios que Adriana nos proponía. El ambiente era cálido, seguro, de confianza. Eso me hacía (y me hace) sentir bien.
Digo “retar” a mi cuerpo porque varias de las posiciones me representaban un gran esfuerzo y me acercaban a puntos de dolor molestos físicamente (y también emocionalmente porque me traían recuerdos de los meses de dolores intensos). Pero yo tenía (y sigo teniendo) muy claro que debo detenerme cuando siento malestar. Con el tiempo, he aprendido a escuchar mi cuerpo durante la práctica de yoga oncológico. En los ejercicios de flexibilidad, llego hasta donde puedo llegar. Los bloques (a veces, la cinta) son de gran ayuda. Y también lo es el hecho de que Adriana adapte algunas posiciones para que no resulten tan exigentes. Y trata de hacerlo tomando en cuenta las
limitaciones de cada una de nosotras.
Durante la práctica, estoy pendiente de no forzar mis articulaciones, que ya no son lo que eran. La edad (nací en 1970), las secuelas de la metástasis ósea y el tratamiento hormonal crónico, las han deteriorado. Las lesiones en la zona cervical me causaban mareos con facilidad y mi brazo izquierdo se encalambraba a cada rato. Poco a poco, estos malestares se han ido reduciendo.
El yoga oncológico me aporta fuerza, flexibilidad y equilibrio. Me enseña a respirar de forma tranquila y consciente, algo muy útil en situaciones estresantes como las pruebas médicas y la recepción de los resultados de las mismas. Al finalizar la práctica, me siento más relajada, y, al mismo tiempo, más fuerte. Nunca pensé que iba a poder recuperar la movilidad que tengo en la actualidad. Sin duda, el yoga oncológico ha contribuido a ello. Y en estos casi tres años, cuento con un grupo de amigas “yoguis” que nos juntamos semanalmente convocadas por Adriana para la práctica y, de paso, para compartir algún que otro miedo, enojo, alegría, tristeza, esperanza … en un momento de confianza y comprensión sólo para nosotras. Guadalupe Cortés
(En la foto Guadalupe y su familia, antes del diagnóstico de cáncer).