La primera duda que surge, en general, es: ¿se puede hacer yoga en casos de cáncer avanzado? Y sí, se puede. De hecho, puede contribuir a mejorar la calidad de vida de las personas en esa situación, siempre y cuando se trate de una práctica adaptada, adecuada y facilitada por un/a profesional preparado/a para acompañar en esas circunstancias. Desde luego, no hablamos del yoga que se puede practicar en una clase regular. Requerirá tener muy en cuenta el estado de cada persona, los efectos secundarios de los tratamientos que está recibiendo, si hay lesiones, dolores y dónde están localizados, cuál es el estado emocional de la persona. Más allá de que la práctica pueda fortalecer el sistema cardio-respiratorio, relajar el sistema nervioso, mejorar la calidad del sueño o descomprimir las articulaciones (doloridas, muchas veces, debido a los tratamientos hormonales), entre otros beneficios demostrados científicamente, lo que nos planteamos en estos casos es acompañar desde el yoga. Acompañar el mantenimiento de una buena forma física, dentro de lo posible. Acompañar las emociones que despuntan en procesos que suelen ser complejos: miedo, frustración, ansiedad, depresión, aislamiento. Acompañar desde prácticas de movimiento combinadas con respiración para mejorar la función respiratoria, gestionar el estrés y el dolor (de nuevo, físico o emocional). El yoga oncológico, en estos casos, ofrece un ambiente de seguridad y calma para que la persona pueda conectar consigo misma y con sus propios recursos.
Adaptar la práctica en cada fase de la enfermedad
Según la OMS, los casos mundiales de cáncer aumentarán un 77% para el año 2050 en todo el mundo. La buena noticia es que, aunque la incidencia sigue aumentando, la supervivencia global también ha mejorado durante las últimas décadas, gracias a los diagnósticos precoces y a la investigación en nuevos tratamientos. Sin embargo, a pesar de los avances, alrededor del 30% de los cánceres diagnosticados en etapas tempranas presentarán metástasis a medio plazo. Las personas con metástasis suelen enfrentar síntomas o secuelas variados, relacionados con la propia enfermedad o con los tratamientos médicos que reciben durante el resto de su vida para aumentar su supervivencia (a menos que decidan no tomar medicación). Por eso, el reto es mejorar su calidad de vida. En este sentido, el yoga como terapia complementaria a los tratamientos médicos está avalada por numerosos estudios como una de las mejores opciones y contamos con centenares de testimonios que así lo confirman.
Si la enfermedad avanza, la práctica de yoga se irá adaptando progresivamente, de más a menos. También hacia el final de vida, o en paliativos, es posible desarrollar una práctica sencilla pero profunda, no tan física (o apenas física si llega el caso) pero que puede ser tan o más eficaz para conectar con el presente, con la vitalidad de ese momento concreto, con la trascendencia y el bienestar, favoreciendo la relajación y la calma.
Mientras hay respiración, hay yoga.
Eva Moure. Cofundadora de la RED Internacional de Yoga Oncológico y facilitadora